Clase media en riesgo: del sueño de la casa propia a la lucha por llenar la heladera

El consultor Guillermo Oliveto trazó una radiografía de la clase media argentina: fragmentada, heterogénea y atravesada por 50 años de crisis. De ser motor de movilidad y progreso, hoy parte de ella se autodefine como “pobreza intermitente”.

Opinión03 de septiembre de 2025 Infoempresas
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Una espiral descendente de medio siglo

Según Oliveto, la Argentina vive un ciclo de degradación de 50 años, que arranca con el Rodrigazo en 1975, sigue con la hiperinflación de 1989, la crisis de 2001-2002 y más recientemente la pandemia con su extensa cuarentena. Estos hitos marcaron una espiral descendente que afectó directamente a la clase media.

En contraste, queda la memoria de la “clase media Mafalda”, homogénea, orgullosa de sus valores de educación, movilidad social ascendente, mérito y defensa de la propiedad privada. Un modelo que llegó a representar al 75% de la población, con apenas un 4% de pobreza, pero que hoy se redujo a un 43% de la sociedad, mucho más heterogénea y frágil.

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De clase media a “pobreza intermitente”

El cambio no solo es económico sino también identitario. Oliveto detecta un fenómeno novedoso: gente que antes se reconocía como clase media ahora se percibe como “pobreza intermitente”, una categoría autodefinida que refleja la inestabilidad del presente: “Depende cómo esté ese mes”, explican en los focus groups.

La pandemia profundizó esa sensación, al interrumpir la educación presencial y transmitir el miedo de estar condenando a los hijos a la movilidad descendente, lo que para Oliveto es “romper el ADN de la argentinidad”.

 

De la casa propia al viaje, y ahora a la heladera

Durante décadas, el gran objetivo de la clase media fue la casa propia. La tradición inmigrante y el carácter cíclico de las crisis argentinas consolidaron a la vivienda como símbolo de arraigo y seguridad. Argentina llegó a tener un 75% de propietarios de su hogar.

Ese pacto se quebró tras la crisis de 2001, cuando desapareció el crédito hipotecario. El sueño pasó entonces a ser viajar, consumir, acceder a tecnología y shopping. La pandemia rompió también ese segundo pacto, y hoy para una gran porción de la clase media baja la prioridad es simplemente llenar la heladera y evitar el desalojo. “Son objetivos básicos, que no generan entusiasmo, solo evitan caer más abajo”, describe Oliveto.

 

Una sociedad fragmentada

Hoy conviven dos realidades. Por un lado, un 30% de la población integrada por clase alta, media alta y parte de la media formal, que aún puede acceder a crédito, ahorrar en dólares y consumir autos, motos, inmuebles, electrodomésticos y viajes. Por el otro, un 70% que no llega a fin de mes, que recurre a pluriempleo, changas, Uber o ventas en redes para completar ingresos.

Esa mayoría vive en una “cultura del no”: sin primeras marcas, sin premios, todo esfuerzo y resignación. Para Oliveto, el gran riesgo es que ese sujeto pierda la vocación de progresar, de soñar, de brillar, motor histórico de la clase media argentina.

Entre el gen de la movilidad y el gen de la resignación

Oliveto habla de dos genes en disputa:

  • El gen de la clase media, que empuja hacia arriba con educación, esfuerzo y mérito.

  • El gen de la pobreza, asociado a la resignación, la opacidad y el abandono.

“Si no cuidamos la clase media, el arquetipo de la argentinidad queda hackeado y en riesgo”, advierte. Con un 42% del empleo en la informalidad, la inseguridad y la imprevisibilidad refuerzan esa amenaza.

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Una oportunidad histórica que puede perderse

Pese al panorama, Oliveto sostiene que Argentina tiene un “ticket” de desarrollo único: la suma de Vaca Muerta, la minería, el agro y la economía del conocimiento, que podrían aportar entre US$60.000 y US$80.000 millones anuales hacia 2033. Pero la diferencia entre ser Noruega o Angola dependerá de cómo se administre esa oportunidad.

El riesgo es que, con una sociedad fragmentada y resignada, esa riqueza no logre traducirse en calidad de vida para la mayoría.

Trabajo formal, la salida

Para Oliveto, “no hay manera de mejorar la estructura social si no es con más trabajo en blanco en el sector privado”. Hoy existen 6,2 millones de trabajadores privados registrados, una cifra que no cambia hace 15 años. Se necesitan inversión, reformas y acuerdos como el de Vaca Muerta para multiplicar el empleo formal.

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Entre la esperanza y la añoranza

El consultor cierra con un matiz optimista: un 45% de la población todavía conserva la esperanza. Recuperar esa palabra después de años de frustración es clave, porque la esperanza moviliza. Pero convive con la añoranza de un país que supo ser mejor. “Estamos caminando sobre un hielo quebradizo. Cuidemos a la clase media, porque si un día se rompe, puede pasar cualquier cosa”, advierte.

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