
El BCRA redefine la estrategia cambiaria y prepara un plan para sumar dólares en 2026.
Bandas que ajustan por inflación y un programa gradual para acumular reservas sin sacudir el mercado.


Entre certezas imposibles y volatilidades inevitables, el Gobierno elige flotar
Opinión21 de abril de 2025 Infoempresas


Tiempo de lectura: 1:15 min.
En tiempos de incertidumbre económica crónica, el tipo de cambio deja de ser una simple herramienta técnica y se convierte en un símbolo de dirección política y expectativa social. En ese terreno movedizo, Juan Carlos de Pablo, economista de referencia y voz respetada en todos los círculos, lo resume con crudeza: el dólar flota porque no hay otra opción realista hoy.

De Pablo parte de una premisa que incomoda a los fundamentalistas de uno u otro modelo: no hay un único camino correcto. La decisión del Gobierno de Javier Milei de optar por un régimen de flotación con bandas cambiarias es, para él, una medida circunstancial, ajustada al contexto actual de restricciones y urgencias.
Desde el lunes 14, el Banco Central fijó una banda de entre $1000 y $1400, con un ajuste mensual del 1%. Es decir, ni un dólar totalmente libre, ni un valor fijo al estilo de la convertibilidad: se trata de una solución híbrida que permite cierto control sin asumir compromisos imposibles de cumplir, especialmente en un escenario de reservas al límite y escasa previsibilidad.
Para el economista, esta no es una decisión ideológica sino estrictamente práctica. Es lo que se puede hacer hoy para evitar una crisis mayor sin hipotecar más reservas.

“El profe”, como lo llama el propio presidente, no se queda en tecnicismos. Con la claridad que lo caracteriza, De Pablo recuerda que incluso en la Universidad de Chicago, cuna del pensamiento económico liberal, convivieron posturas radicalmente opuestas sobre el tipo de cambio: Milton Friedman, defensor de la flotación total, y Robert Mundell, arquitecto de los esquemas fijos.
¿Qué nos enseña esto? Que la economía no es una doctrina inflexible, sino una herramienta sujeta al contexto político, económico y social. Las recetas sirven, pero no son eternas ni universales. Lo que vale es el diagnóstico del momento y la capacidad de adaptarse.

Uno de los puntos más interesantes que plantea De Pablo es que lo importante no es el régimen en sí, sino su carácter mutable. En un país donde la política económica suele prometer más de lo que puede sostener, la capacidad de corregir el rumbo cuando hace falta se vuelve una virtud.
“El Gobierno cumple lo que anuncia, pero también puede cambiar si la situación lo exige”, señala. Y va más allá con una frase que impacta:
“La certeza es mejor que la incertidumbre, pero la pretensión de certeza es peor que la incertidumbre”.
Argentina tiene una larga historia de crisis generadas por políticas rígidas, atadas a principios incuestionables que colapsaron al primer viento en contra. Por eso, para De Pablo, la flexibilidad vale más que una promesa solemne de estabilidad artificial.
En el cierre de su análisis, De Pablo pone el foco donde realmente duele: la escasez de recursos fiscales. El tipo de cambio flotante no surge de una preferencia ideológica, sino de una imposición del contexto. En sus palabras, este esquema no puede separarse de dos factores clave:
Con un Gobierno que busca achicar el Estado al mínimo y una gestión fiscal como ancla del plan económico, intervenir en el mercado cambiario dejó de ser una opción realista. En ese marco, dejar flotar al dólar –aunque sea dentro de una banda– es simplemente una necesidad.



Bandas que ajustan por inflación y un programa gradual para acumular reservas sin sacudir el mercado.

Riesgo país cerca de 600, dólar estable y tasas en pesos sin premio: dónde posicionarse para cerrar el año.

Predominan los negocios familiares, crece la profesionalización y la burocracia sigue siendo el principal freno.

El economista plantea que el Gobierno deberá cambiar la estrategia para acumular dólares sin frenar la economía.