

El consumo según Guillermo Olivetto: La Argentina pasó del consumo como disfrute a la vida sacrificial.
Un análisis de mercado elaborado a partir de las investigaciones de Guillermo Oliveto describe una Argentina partida en dos carriles: una minoría que sostiene consumos premium y una mayoría que recorta gastos básicos y vive el acto de comprar como un padecimiento. La clase media, emblema histórico del país, aparece en el centro de la tensión entre identidad, expectativas y deterioro económico.
Opinión01 de diciembre de 2025 infoempresas


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Una economía y una sociedad partidas en dos
El informe plantea que la Argentina vuelve a exhibir su rasgo más persistente: la dualidad. La economía avanza por dos carriles paralelos, mientras la sociedad oscila entre la euforia de unos pocos y la privación de muchos. Esa fractura, explica Oliveto, se ve con crudeza en los patrones de consumo y en el clima emocional cotidiano: “la pirámide social está partida”.
En la parte alta de esa pirámide —clase alta y media-alta, alrededor de tres de cada diez personas— se consolida una “vuelta a la euforia”: el turismo emisivo crece 31%, las ventas de autos y motos marcan niveles récord, y se reactivan viajes a Europa, electrodomésticos de alta gama y propiedades. Son consumidores que buscan experiencias “fast track, premium, black, platinum” y que reconocen las dificultades del contexto, pero no las sufren en primera persona.
Del otro lado, la clase media baja y los sectores populares, que representan el 60% de la población, se autodefinen como “clase remadora”, “luchadora”, “en pobreza intermitente”. En ese universo, la restricción es la norma: no hay primeras marcas, no hay consumo aspiracional ni margen para el deseo.

Del consumidor “estoico” al consumidor “sacrificial”
Según el informe, en el segundo semestre se produjo una nueva mutación en la forma de consumir. Tras un 2024 marcado por el “consumidor estoico”, que intentaba equilibrar placer y responsabilidad, en 2025 emerge lo que Oliveto denomina el “consumidor sacrificial”.
El pasaje fue abrupto: de la prudencia a la alerta, del control al padecimiento. “Comprar duele”, admiten muchos entrevistados. El consumo deja de asociarse a disfrute y vuelve a vincularse con necesidad, angustia y renuncia. “Una cosa es moderar y equilibrar, otra muy distinta es abandonar”, sintetiza el analista. La vida sacrificial implica soportar pérdidas y postergaciones sin una recompensa visible en el corto plazo.

Números que muestran la dualidad
Los indicadores acompañan esa radiografía. Mientras autos, motos y electrodomésticos registran subas de entre 30% y 79%, los consumos masivos siguen deprimidos: supermercados y mayoristas caen 5% interanual, la indumentaria retrocede 7,5% y el turismo receptivo baja 17%. En la otra punta, kioscos y almacenes —canales típicos de “compra de crisis”— apenas crecen 2,4%. La construcción se convierte en símbolo del derrumbe, con una caída del 28% y la pérdida de casi 90.000 empleos formales en dos años.
El contexto laboral ayuda a explicar el cuadro: pobreza en 31,6%, informalidad en 41%, empleo privado formal estancado desde hace 13 años y una merma reciente de 200.000 puestos. El salario real arrastra un “faltante” de uno de cada cuatro pesos respecto de niveles previos, y el ingreso disponible para consumos discrecionales —ocio, ropa, entretenimiento— es hoy 40 puntos menor que en 2017.
La tarjeta de crédito se vuelve termómetro de la tensión: en los segmentos altos está “al límite”; en los medios bajos, directamente “detonada”. La mora bancaria salta de 1,8% a 5,8% y se encamina a los dos dígitos en plásticos, reflejando hogares que priorizan supermercados y servicios básicos frente a otras obligaciones.
La clase media entre la estadística y la percepción
El informe dedica un tramo central a la clase media, presentada como símbolo nacional e identidad cultural antes que mera categoría económica. En términos de ingreso, pertenecer hoy al estrato medio implica que una familia gane entre $2 millones y $6,5 millones mensuales, es decir, entre dos y cinco canastas básicas, lo que abarca a 7 millones de hogares.
Sin embargo, la percepción es muy distinta: 29 millones de argentinos se consideran de clase media, aunque solo 20 millones lo sean efectivamente. Hay, entonces, un fuerte desfasaje entre la realidad estadística y la autoidentificación, que alimenta frustraciones y sensación de pérdida de status.
El “buen vivir” sigue asociado al consumo, pero cambió su contenido. Para buena parte de la clase media, estar bien ya no es solo “llegar a fin de mes”, sino poder realizar deseos concretos. Hoy, el 63% admite haber resignado actividades habituales: 57% recortó ocio, 38% indumentaria, 26% primeras marcas, 23% plataformas de streaming y 19% vacaciones. Para compensar, se multiplican las segundas marcas y las compras pequeñas, como estrategia emocional además de económica.
La movilidad social también se deteriora: solo el 27% siente vivir mejor que sus padres, mientras el 41% cree que vive peor, incluso entre quienes lograron mayores niveles educativos. No sorprende que muchos entrevistados repitan la frase “la clase media está en extinción”.

Identidad, deseo y el corazón del contrato social
El documento concluye que el dilema es más profundo que la caída del consumo en sí. En una sociedad donde no participar del consumo se vive como pérdida de identidad y de libertad, la vida sacrificial amenaza el corazón emocional del contrato social argentino.
La Argentina que durante décadas hizo del consumo un sinónimo de bienestar y ascenso hoy se pregunta si el sacrificio traerá recompensa y, sobre todo, cuánto tiempo puede sostenerse una vida sin deseos. La respuesta, sugiere el análisis, no dependerá solo de los ingresos, sino de la capacidad del país para reconstruir expectativas, pertenencia y sentido de futuro en su clase media.



